miércoles, febrero 26, 2014

Nuestra condición de pedagogos

Nuestra condición de pedagogos, o al menos profesionales que trabajan alrededor de un campo disciplinar que reflexiona (investiga) sobre las formas de transmisión de la cultura y que, en su dimensión de disciplina o materia académica, se convierte también en práctica de transmisión (Dussel y Caruso, 1999), enseñanza y formación, debe exigirnos rigor y coherencia a la hora de construir discursos propios e inteligibles que puedan ser compartidos y rebatidos por estudiosos, profesores, investigadores e interesados en las diferentes dimensiones de la educación. No en menor medida, a la Pedagogía –independientemente del adjetivo que la acompañe- le toca trabajar por generar y consolidar nuevas modalidades éticas y prácticas, más que exclusivamente técnicas, de enseñar y transmitir conocimientos y saberes que la época y el lugar donde se desarrolla considera valiosos. Este es un aspecto clave, porque si su objeto es la educación, y ésta remite a la transmisión y adquisición de la cultura, las dimensiones éticas y metodológica cobran una relevancia pareja a la que pueda tener la dimensión teórica.
Sobre la plataforma de estas consideraciones es posible concebir la pedagogía como una disciplina científica que establece presupuestos alrededor de los que organiza su propio estudio, análisis y producción de modelos de educación (dimensión teórica que produce efectos explicativos-predictivos), modelos para la educación (dimensión metodológica que produce efectos normativos, y modelos en la educación (que produce efectos de acción educativa) (Nuñez, 1990:59). La Pedagogía se articula en la relación a los saberes con otras disciplinas como la filosofía, sociología, psicoanálisis, psicología, antropología, historia, lingüística, para construir un cuerpo de conocimientos que llega a hacerse propio. Lo teorizado remite a los saberes, conocimientos, habilidades y utilidades sociales que la acción educativa ha de transmitir para que el sujeto pueda incorporarse a su tiempo: socializarse, transitar y promocionar en las redes normalizadoras de lo social amplio, así como a los efectos educativos, de cambio, desarrollo y promoción que su despliegue debe producir en los grupos y comunidades. Este último aspecto invita a los pedagogos a promover un papel que hasta el momento no acaban de cumplir tanto cono seria deseable: orientar, con criterios pedagógicos, las políticas culturales y sociales con el objetivo de que contemplen y potencien la generación de plataformas sociales y educativas que posibiliten la consecución de dichas finalidades.
García Molina, José. Educación social: ¿profesión educativa o empleo social? En García Molina, José (coord) (2003). De nuevo la educación social. Dykinson, Madrid.

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